Historia ✯

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Lucien fue uno de los más destacados aprendices del Kirin Tor en sus años jóvenes, cuando los draenei habían finalmente alcanzado Azeroth y estaban aprendiendo a convivir con aquellas nuevas y extrañas razas con las que entablaban nuevos acuerdos diplomáticos. Criado en el seno de una familia acomodada y proveniente de un largo linaje de altos magos desde la vieja Draenor, ahora consumida por los horrores de la Legión y llamada comúnmente Terrallende, Lucien era un joven entusiasta devorador de sueños y pergaminos, capaz de confeccionar el conjuro más enrevesado con suma facilidad gracias a la caótica mente con la que siempre ha convivido. Aunque bastante popular y social entre el resto de aprendices y jóvenes de cualquier raza o sexo, sus ojos únicamente tenían deseo en conseguir la atención de aquello más raro y extravagante para él, nutriéndose de esas curiosas rarezas que los demás verían como defectos y transformándolos en virtudes. Así conoció entre sus andanzas de biblioteca y pequeñas escapadas a la taberna de Dalaran a Amesha, aprendiz autodidacta a la que perdería la pista con el tiempo, y a Kalen y su gato Lumps, compañeros de clase y además grandes e íntimos amigos. Aunque realmente no compartieran grandes conversaciones retóricas sobre la vida o la incertidumbre del futuro, ambos parecían conectar con facilidad en el grato silencio de la lectura y los extraños paseos por los jardines antes de un examen.El draenei se fascinaba contemplando el cómo el resto de conocidos y amigos sufrían los efectos del paso del tiempo, totalmente ajeno a éstos, viendo cómo todo su entorno envejecía y aquellos jóvenes entusiastas aprendiendo la larga senda de la magia se convertirían más pronto que tarde en hombres. Hombres que estaban listos para partir hacia la batalla como magos hechos y derechos cuando el Azote desolaba cada rincón de Azeroth hasta el extremo de estar a punto de extinguir toda vida sobre él.

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No fue un camino fácil, pero junto a sus amigos y conocidos, y gracias a sus increíbles dotes mágicas, innatas en él tanto como el azul que corría por sus venas, superó cada obstáculo y atravesó la muerte hasta encontrarse de bruces con ella en la Puerta de la Cólera. 

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Kalen, despistado y demasiado concentrado en canalizar una gran piroexplosión, no se percató de que a grotescas zancadas que hacían temblar el suelo, una monstruosa abominación arremetía contra él con un afilado gancho con el que pretencía partirle por la mitad. En pleno impulso de desesperación y necesidad, Lucien saltó al rescate colocándose en la trayectoria de lo que iba a ser su muerte. 

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Lo último que sus vidriosos ojos plagados de lágrimas ante el conocimiento de su partida hacia la Luz vieron fue el desencajado rostro de Kalen, quien tuvo el impulso de extender una mano hacia él para no dejarle marchar. 

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Pero la cadena tiró de él y... todo se volvió muy oscuro.

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... Para su sorpresa, no eternamente. 

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Pasadas largas horas, los sacerdotes que barrían el campo de batalla ya abandonado a su suerte en busca de supervivientes y, de paso, recuperar los cuerpos de los caídos, encontraron a un Lucien herido de muerte, que no recordaba absolutamente nada de qué había pasado o... de quién era.

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Fue trasladado inmediatamente al campamento de la Cruzada Argenta, donde una hermana perteneciente a aquel sacro séquito llamada Myrtana atendió todas y cada una de sus heridas, advirtiendo que el joven draenei no guardaba ningún recuerdo que pudiese darle alguna pista para su identificación. Lo único que el muchacho repetía una y otra vez sin parar era Molly, mote con el que sus conocidos clamaban por su atención en los largos descansos entre clases de Dalaran. 

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Así pues, la cruzada redactó a mano todo el papeleo pertinente para dejarle marchar una vez su estado, pasadas las semanas, mejorase lo suficiente como para poder seguir su camino. En el mismo figuraba el nombre de Molly como un superviviente más de aquella terrible masacre que concedió la victoria a la Horda y a la Alianza, pero entre las cartas de defunción aparecía el nombre de Lucien, persona que jamás volvería a existir y que murió el mismo día en el que perdió todo recuerdo de una vida pasada que al joven y vivaz Molly no le interesaba en lo absoluto. 

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Como un mero vagabundo desorientado, con una bolsa llena de dinero y una manzana en el bolsillo, Molly pisaba por primera vez Dalaran con su nueva vida e identidad. 

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Un tahúr goblin, apostado con un pequeño puesto en uno de los angostos callejones de la ciudad, consiguió captar la atención del draenei, ofreciéndole mágicos prismas con los que poder canalizar su poder arcano y crear auténticas maravillas jamás vistas por el ojo humano. Molly, completamente fascinado por los destellos brillantes de aquellos mágicos artefactos, compró con todo su oro el puesto entero. 

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Tan estupefacto como contento, el goblin entonces le preguntó si conocía las místicas artes del ilusionismo, a lo que el joven respondió de manera afirmativa, asegurando que él sabía hacerlo todo. 

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Fue entonces cuando conoció, en la Isla de la Luna Negra, a Silas Luna Negra, director de aquella encantadora y maravillosa Feria de la que pronto le hizo partícipe como una de las estrellas principales de las actuaciones que cada noche impresionaba a más y más ciudadanos de todas partes de Azeroth.

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Molly descubrió cuál era su pasión. 

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Y desde ese mismo instante decidió que nunca volvería a desperdiciar un solo segundo de su vida, que aunque eterna, podía esfumarse con un solo chasquido de dedos.

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El espectáculo iba a comenzar, y él era sin duda la más grandiosa estrella.