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EZILI



Reina de la luna
Nombre: Ezili en World of Warcraft. En el voodoo haitiano tiene diversos nombres, entre ellos Erzulie.
Pseudónimos: También se la llama La Sirena o Mami Wata.
Sexo: Se la identifica como mujer, pero como deidad de lo sexual, no diferencia entre hombres y mujeres. De hecho en el voodoo haitiano representa el amor sin barreras de raza o género.
Loa: Todas sus representaciones y poderes son los siguientes.
- Diosa coqueta y vanidosa de amor.
- Diosa de la maternidad. Protectora de los niños.
- Diosa de la inteligencia emocional, de la sabiduría y la madurez del amor. Se aparece gentil y cariñosa, como el amor de una abuela.
- Protectora de mujeres y niños de aquellos que desean su mal. Se aparece como una guerrera sanguinaria y vengativa.
- Calma y cura los corazones rotos. Si lo cree oportuno, acalla los secretos y los guarda, o se asegura de que no sean desvelados. Ayuda a los amantes a superar amores pasados y a sobreponerse a sus pasiones.
- Alivia los dolores del parto y escuda a los recién nacidos.
- Vengadora de los amantes infieles. Se aparece con ojos de sangre y lágrimas de tristeza.
- Ayuda a hacer desaparecer los celos en las relaciones.
Cónyuge: Agweh, Loa de los océanos. Según el voodoo haitiano, esta deidad siempre tiene tres anillos en la mano, puesto que tiene otros dos maridos, que son Damballa, Loa padre de los cielos, y Ogun, el Loa de la forja. Según World of Warcraft, sólo es esposa del primero.
Patrona: Es patrona del amor, la salud, la belleza, la pasión, la prosperidad, los perfumes, las joyas y las flores.
Atributos: Fémina de belleza sobrenatural, siempre engalanada de joyas. Vestidos rosados de tela traslúcida, medallas en forma de corazón.
Colores: Rosa, azul, blanco y dorado.
Sacrificios: Oro, joyas, perfumes, dulces y licores. Además, acepta ofrendas entregadas de corazón, como las flores.
Curiosidades: En los rituales de invocación, Ezili posee un cuerpo tanto de hombre como de mujer con el que seduce y consuma a aquel objeto de su deseo, indiscriminadamente sean estos varones o no. Es por eso queEzili es la explicación haitiana de la homosexualidad.
Además, se la conoce como una deidad celosa y bastante perezosa.
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I need no man
[ Relato corto ]

En las profundidades de Zandalar se oculta uno de los templos más sagrados y perdidos de toda la civilización trol. Uno que tras la pureza de una cascada esconde sus inmensas puertas de marfil blanco. Sólo aquellos deseosos de implorar al Loa del amor de una manera tan desesperada serían capaces de atajar todos los peligros de la selva hasta llegar a aquel pequeño remanso de paz y calma. Alrededor de la roca las flores crecían de manera caprichosa, en vívidos colores que alegraban el espíritu al alcanzar con sus deliciosos aromas el olfato del bienaventurado. No son los mejores tiempos para implorar a la deidad del amor por sus favores, pues la guerra apremia entre las bastas tierras del brillante imperio dorado.

Aunque bien es cierto que para el amor siempre hay tiempo. No importan las civilizaciones que se pierdan, las razas que colonicen este mundo o los rencores arraigados en los corazones de los mortales. Siempre habrá amor. Y aquella gran verdad sólo era reflejo del inmenso poder pavoroso con el que se alimentaba Ezili. El amor seduce sus sentidos y sus dones, el amor alimenta su existencia y la engrandece, llevando a la deidad a acariciar el cielo siempre con las puntas de sus cabellos de plata. Era, seguramente y sin lugar a dudas, la mujer más poderosa y más hermosa del Panteón donde los Loa manejaban las piezas que movían al mundo. Donde los hilos se tramaban y se cortaban a antojo y capricho. Lo tenía todo. Tenía fama, tenía belleza, tenía oro. Tenía cualquier cosa que todo mortal habría matado por poseer en vida.
O eso es lo que le gustaba repetir al reflejo que le devolvían las cristalinas aguas termales que dentro de su templo purgaban los delicados cuerpos de sus sacerdotisas y sus niños. Observó con mirada cítrica el reflejo áureo de sus orbes divinos sobre el agua, que abrazaba su bendita desnudez mientras tomaba uno de sus baños. Ahora lo tenía todo, pero bien recuerda la época en la que no tuvo nada.
Algunos recuerdos se vuelven imborrables, incluso aquellos guardados antes de trascender a la muerte.
La muerte...
... Sí, una vez...
Una vez tuvo... una vida mortal...
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La cama sobre la que su cuerpo yace en su totalidad desnudo, apenas cubierto por unas coquetas sábanas de hermosa seda roja, es ahora la prueba fehaciente de que el mundo es un lugar oscuro, desprovisto de cualquier amor o deidad protectora que luchase por las pobres almas de los no nacidos en alta estirpe. Aquellas como ella, de baja cuna, provenientes de un pequeño pueblo pesquero sin importancia en las arenosas y hermosas orillas del brillante imperio de Zandalar no valían nada en absoluto. Y aquellas cosas que no tienen valor alguno pueden ser utilizadas por aquellos que sí lo valen. Dinero, placer, poder. No importa para qué utilices los peones, siempre que éstos te sirvan de alguna utilidad. Es una dura lección que tarde o temprano la hija de un pescador termina aprendiendo. No importaba que ella no supiese coser redes. No importaba que no tuviese una gran destreza limpiando, aunque sí sabía sacarles las tripas a los peces para limpiarlos antes de venderlos. No importaba ningún tipo de don que la bellísima hija de Noah el pescador tuviese. Lo único que importaba era su innegable belleza. Una que sólo poseía ella, una belleza sin parangón que había dejado absolutamente prendado a uno de los más crueles emperadores que el imperio zandalari recordará jamás. Asesino de su propio padre, el rey A'akul alcanzó el trono y sembró el caos en todas sus extensas tierras que se exhibían más allá de los horizontes. Era un hombre que no amaba a nadie. No amaba ni a las mujeres, ni a los niños, ni a los hombres, ni a los animales, ni a su propio pueblo. Pues sus ambiciones y sus deseos de poder le llevaron tan lejos que no tardó en perder la cabeza. Ansioso por abarcar más que ningún otro emperador en la historia zandalari, persiguió a todo aquel oponente a su corona. Prendió fuego a todas las aldeas que osaban mascullar cuán poco querían a aquel cruel y sátiro tirano. Bañó con sangre todos los pantanos de Nazmir con la vida de todos aquellos que quisieron si quiera escapar del filo de su espada. Derramó cada una de las lágrimas de las esposas que veían a sus maridos e hijos marchar a una guerra contra todo un mundo hostil. Una de esas pequeñas casetas pecadoras incendiada en llamas fue la suya.
Aún recuerda tiempos mejores.
Cuando ella sólo era una niña que jugaba en la orilla con el resto de hijos de los pescadores de la aldea. Cuando danzaba armoniosa y con sonrisa sincera frente a las olas, con un movimiento elegante y dócil al igual que la espuma del mar. Cuando era una niña recuerda haber lanzado cada día de su joven vida flores al mar, rezando a Agweh para que su padre siempre volviese sano y salvo de sus largas partidas de pesca con el resto de pescadores de la aldea. Regaló su devoción pura y febril cada una de sus mañanas en honrar al Loa de los océanos, en encomendarle sus rezos y su espíritu para que escuchase sus plegarias. Le colmaba de regalos, le contaba sus secretos, cabalgaba a trote sobre todas las playas de Zandalar aguardando a la noche el regreso de su padre, ornamentaba preciosos y brillantes colgantes para las niñas más pequeñas de conchas de colores para que siempre se acordasen de rendir culto al Loa que les proporcionaba sustento y protección.
¿Dónde estuvo cuando Noah y el resto de aldeanos fueron incinerados bajo un infierno de ascuas, justo frente al dios capaz de sofocar aquellas llamas con uno solo de sus dedos? ¿Dónde estaba cuando tomaron a todas las mujeres jóvenes y las llevaron a la capital del imperio para convertirlas en sumisas cortesanas educadas únicamente para entregar su cuerpo al emperador? ¿Dónde estaban esos dioses a los que siempre debía procurar no ofender?
Toda una vida riendo y chapoteando en sus aguas.
Sollozando en la penumbra de la noche sobre el muelle contándole sus temores y pesadillas.
Suplicándole a diario por una vida próspera y feliz.
Ah, pero la joven Ezili no comprendió hasta más tarde, hasta que fue violada junto con otra decena de jóvenes hermosas, que todos los hombres son iguales. Ellos no ansían tu corazón. Ellos sólo son entes caprichosos, como esos dioses a los que nunca vio mover un dedo por un pueblo que se moría ante ellos. Nunca nadie vendría a salvarla, aprendió después, cuando conseguía un rato de soledad en la inmensa alcoba del emperador junto con el resto de sus meretrices. Sentándose frente al balcón de una inmensa pirámide desde donde aún podía otear en el horizonte los restos de una aldea a la que una vez llamó hogar.
Nadie quiere a las mujeres.
Aquella verdad, al principio, le había dolido tanto que le había hecho llorar. Pero, como sus encuentros nocturnos con el rey A'akul, con el tiempo dejaron de doler. Con el tiempo aprendió a percibir las cosas de una manera... diferente.
Ella no necesitaba un dios. Ella no necesitaba a un hombre. Ella no necesitaba a nadie.
Porque nadie vendría a salvarla a ella.
Veía a sus hermanas morir ante la brutalidad del rey. Ya fuese por ahogarlas por accidente en sus fornicios con quien consideraba sus mujeres, como por golpearlas hasta reventar sus pulmones por desobediencia. Y a aquellas que se quedaban embarazadas, a ellas... les esperaba un destino mucho más aciago. Daba las gracias no a ningún ente superior, sino a su propio cuerpo, el cual era todo un templo, por protegerla de alumbrar en este mundo una vida inocente que culpa ninguna tendría de la sangrienta cruzada del emperador en sus delirios de grandeza.Veía desde su pequeña jaula de grillos en lo más alto de la pirámide cómo los zandalari se morían de hambre. Veía cómo sus gentes ardían y eran consumidos entre las llamas por destino presa de un capricho.
Nadie vendrá a salvarnos.
Dejad de rezar.
Quizá fuese el rencor, o quizá la necesidad de romper sus cadenas los que hicieron tramar a la más hermosa cortesana del emperador el plan perfecto para asesinarle. No necesitaba el apoyo de sus hermanas, pues en silencio ellas exclamarían a los cielos de felicidad eterna si aquel bastardo moría ahogado entre sus propias vísceras. Nadie haría nada por ella jamás. Sólo una persona habría dado su vida por ella, y había muerto en manos del hombre que fornicaba con ella cada noche de su vida. Nadie puso jamás en duda que ella era de todas la más bonita de las mujeres. De ojos negros como la noche, de cabellos azules como el mar, de rasgos delicados y frágiles, Ezili había conseguido ser la favorita de su rey. Se había esforzado cada una de las noches en tejer una gruesa maraña de telaraña lo suficientemente viscosa como para que el condenado cayese en ellas y no pudiese salir jamás. Sólo tendría que hacer lo de siempre. Y así fue como, apenas vestida con las caras telas traslúcidas de una ramera, con las mejillas y el pecho llenos de sangre azul, una daga enjoyada en la mano y la cabeza del rey A'akul en la otra, proclamó a los cuatro vientos que sólo ellos podían elegir su propio destino.
— ¡Los Loa no han sido compasivos con nosotros esta noche!
Clamó la guerrera alzada frente a un imperio ahora huérfano, que observaba la cabeza decapitada de un tirano.
— ¡Porque nosotros somos nuestros propios dioses! ¡Yo seré mi propia Loa, yo seré mi propia emperatriz! ¡Yo os libero del yugo de años de crueldad irrecuperables! ¡Nosotros somos el auténtico espíritu de Zandalar! ¡Hombres, recoged vuestras armas! ¡Hermanas, empuñad una espada o tomad un arco, pues vosotras, mis guerreras, sois la esencia de la vida que nos otorga el auténtico poder! ¡Somos un imperio libre!
Blasfemó a los cuatro vientos mientras hacía rodar escaleras abajo la decapitada cabeza del antiguo emperador, ahora asesinado.
— ¡Luchad o morid para proteger lo más importante que tenéis, que es el amor de vuestra familia! ¡Abrazad a vuestras esposas, rezadlas a ellas pues son las verdaderas divinidades! ¡Sólo ellas son capaces de traer la vida y la prosperidad a Zandalar! ¡Colmadlas de amor y nunca olvidéis quién os confiere la auténtica fuerza! ¡No son los dioses ni los espíritus, somos nosotros, son ellas! ¡Combatid a los ejércitos hasta la victoria! ¡Zandalar libre, Zandalar por siempre!
Desgarró su garganta en un grito que hizo estremecer a las mismas mareas y al mismísimo cielo.
Aquella guerra civil no tuvo descanso ni tregua alguna hasta que, al alba, todas las tropas del antiguo emperador se habían retirado y habían sido expulsadas de la ciudad.
Y el pueblo lloró en la más absoluta felicidad.
Y Ezili ordenó a sus hermanas de armas, a sus compañeras de sábanas, que volviesen con sus familias y sus seres amados, ellas que podían. Porque ella podía ser la mujer más hermosa que jamás había sido concevida, tanto que las flores ante su presencia lloraban avergonzadas, pero... pero nunca nadie supo amarla bien. Nunca nadie pudo entregarle un corazón a Ezili que reconfortarse su alma y alimentase a un espíritu que juntaba los restos de su desvencijado corazón y seguía adelante en la lucha. Ella sólo era una guerrera furiosa que había perdido todo objetivo de su venganza. Ahora sólo le quedaban cenizas. Y a pesar de que todo el mundo celebró la nueva libertad que se les había sido otorgada, no todos contemplaban con buenos ojos la libertad que proclamaba Ezili como mujer. A fin de cuentas sólo era la hija de un pescador que había acabado siendo una fútil ramera. Podía verse radiante en aquellas prendas de fina tela, dignas de una reina, con aquella sonrisa jugosa y aquellos cabellos azules que a su espalda caían como cascada, en suaves ondas. Como si el mismo mar hubiese besado cada una de las hebras de su pelo. Fue por eso que aquellos que más rencor albergaban en sus corazones tomaron presa a la hermosa joven.
Cuenta el mito que la montaron en una barca y cuando habían alcanzado las profundidades del mar, lanzaron su maniatado cuerpo para que tuviese la más horrible de las muertes. Con suerte, antes de ahogarse se la comería algún tiburón. Cuentan que a pesar de saber que iba a morir por el temor que infundía en los hombres cobardes, no pestañeó, ni derramó una sola lágrima, ni tembló presa del pánico ante las puertas de la muerte.
Algunos sacerdotes aún cuentan que, al sumergirse su cuerpo en la infinidad oscura del océano, presa del frío y de la falta de aire, sus labios gritaron de rabia hasta que no pudieron más. Sus pulmones se encharcarían de agua, pero sus ojos derramaban las lágrimas más amargas jamás concebidas. No por saberse cercana a la muerte, no. Sino por saberse realmente sola.
Mientras la vida se esfumaba en forma de burbujas de sus labios, dicen que una brillante figura cabalgó las corrientes cálidas del océano hasta ella. Que las mismas algas marinas recogieron su moribundo cuerpo, y que un imponente trol que portaba a su espalda un titánico tridente la tomó entre sus brazos y la llamó su sirena.
Que sus cabellos azules se transformaron en plata de luna, que sus ojos oscuros se transformaron en el más radiante oro jamás fundido.
Y que, al morir, lo último que consiguió sentir su destrozado y abandonado corazón fue la certeza de haber encontrado lo que todo el mundo se había esforzado por encontrar el vida y que a ella le había sido prohibido; el amor.
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— ¿Entonces Agweh secuestró a Mami Wata y la convirtió en su esposa? ¿Pero eso no es lo mismo que hizo el emperador malvado?
La anciana sacerdotisa de Ezili, acomodada sobre una gran cama de cojines de vivos colores, pareció carcajear divertida ante las reacciones de las más pequeñas.
— No exactamente. Pero sí. Agweh conocía a Ezili desde que ella era una niña, y se enamoró de ella. Pero cuando consiguió tenerla entre sus brazos ya era demasiado tarde.
Una de las niñas trol más pequeñas pareció torcer el gesto.
— ¿Pero entonces la historia que cuentas es cierta? ¿De verdad Mami Wata murió ahogada en el mar? ¿Y se bañó en la sangre del emperador?
La anciana la mandó bajar el tono.
Justo tras ellas, la radiante Loa del amor y la belleza estaba saliendo de una de sus pozas termales. Había finalizado su baño. Todas las pequeñas callaron avergonzadas, temerosas de que la diosa les hubiese escuchado hablar tan alto de ella. La más atrevida observó su prístina figura con fascinación, antes de acercase a ella.
— ¡Mami Wata!
Ezili se agachó con una sonrisa impregnada de cariño, recogiendo el delgado cuerpo de la infante para subirla en sus brazos.
— ¿Es verdad la leyenda? ¿Liberaste al pueblo de Zandalar del tirano? ¿Por qué nadie cuenta esa historia menos nosotras?
Preguntó impaciente, mientras rodeaba el delgado cuello del Loa con sus bracitos. La diosa ensalzó su sonrisa antes de besar la frente de la pequeña.
— ¿Quién sabe, mi flor?

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